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jueves, 12 de enero de 2012

Mi compañero, su tormento


MI COMPAÑERO, SU TORMENTO

UNO

-¡Mierda!
El grito desgarró el silencio de la penumbra que precedía al amanecer.
Enormes nubes de vapor emergían desde las profundidades de la tierra, como si los mismos dioses hubieran prendido fuego bajo ella, para asar a los infelices habitantes de esa isla, como si de vulgares bestias se tratase.
Würlaf se sentó en el suelo del camino, mientras veía como la piel de su brazo se enrojecía donde el ardiente vapor le había golpeado y evitando tocar las ardientes paredes.
-Creo que es buen momento para hacer un alto ¿eh chico? –le dijo al enorme y peludo perro que estaba a su lado olfateando con recelo las rocas que les rodeaban –a ver que hay para comer... si, que lujo de comida, carne seca –una mueca de profundo desagrado se dibujó en su rostro cubierto de costurones resecos y blanquecinos, cicatrices de viejas batallas –y de beber tenemos las ultimas gotas de licor que quedan amigo, tras esto sólo nos quedara esta maldita agua que sabe a lodo.
El perro se tumbó tranquilamente junto a las enormes piernas de Würlaf y cerró los ojos. Él ya había dado buena cuenta de un par de roedores que habían encontrado al poco de entrar en las cuevas y de momento estaba satisfecho. Pronto los profundos ronquidos del perrazo llenaron la cavidad.
Würlaf pronto acabó con su magra comida y se cubrió con la pesada capa de pieles para evitar el cortante viento que circulaba por el cañón que formaba el camino, con las altas paredes que lo jalonaban y que, a pesar del calor que despedían, no impedían el gélido ambiente.
-Espero que el calor de las malditas nubes de vapor hagan que este condenado frío sea menor o nos quedaremos helados amigo –gruñó Würlaf ya adormecido, mientras se arrebujaba envuelto en las pieles que le serían de capa.
Por toda respuesta el enorme perro abrió un ojo y dio un leve gruñido.
Un profundo trueno llenó la estancia… era un ruido sordo que penetraba hasta el más escondido hueso del cuerpo de Würlaf, que se incorporó sobresaltado, con el corazón golpeándole desbocado en el pecho y retumbándole en las sienes.
El perro estaba incorporado y gruñía con una potencia que rivalizaba con el rugir del trueno. Würlaf no pudo por menos que estremecerse al pensar en el pobre que se tuviera que enfrentar a semejante bestia.
-Estamos cerca compañero, lo sientes ¿verdad? -el perro gruñó aún más fuerte -Mejor nos ponemos en marcha, no hay mucho tiempo ya
Recogió lo poco que había esparcido de su equipo y al ir a ponerse en marcha, El perrazo se resistió a avanzar, reculando levemente y volviendo a avanzar con actitud claramente agresiva hacia lo que quiera que hubiese ante ellos, en las profundidades de la tierra.
Finalmente y tras mucha paciencia y a base de avanzar y retroceder para que viera que no había peligro, el enorme animal accedió a avanzar con Würlaf, adentrándose juntos más y más en las profundidades de la tierra.


**********
DOS
La oscuridad era absoluta y más asfixiante que los vapores malolientes que habían dejado atrás hacia días.
Avanzar tanteando cada paso del camino era agotador hasta para un guerrero de la talla de Würlaf, pero seguía adelante espoleado por la necesidad de encontrarla. 
¿Y si el camino era otro? ¿Y si se habían perdido irremediablemente en el laberinto de desvíos y caminos cruzados que habían recorrido?
La vieja bruja le dijo que en los lugares malditos el camino correcto siempre es a la derecha pero… ¿sería verdad o solo una trampa para que otro valeroso guerrero de los reyes del mar, los Vikingos, no llegase a la eterna cena del Valhalla?, un truco para para que se quedase atado para siempre en las frías tierras yermas de… no, no podía ser, la vieja había tenido en las manos su cayado de Yggdrasil, la madera del Árbol Sagrado… su alma estaría perdida si mintiera bajo su protección sagrada, pero aun así…
Un gruñido profundo y bajo puso alerta a Würlaf, que llevó la mano al puñal que llevaba en el cinturón.
Un leve resplandor verdoso empezó a llegar de las profundidades del túnel… acompañado de leves ruidos de pasos
“Por el espíritu de Tar, dios de los guerreros -pensó con asombro-, ¿Qué clase de criaturas habría en este profundo abismo de noche eterna?”
Al doblar un recodo el enorme perro se detuvo de golpe y gracias a eso evito que fuevisto por… no sabía cómo describir esos seres o darles un nombre.
Sus cabezas eran de forma aplanada por encima y muy anchas, como si Thor las hubiera golpeado con saña con su sagrado Mjonlir. 
Las piernas eran cortas y muy musculosas. Con callosidades y cicatrices por todas partes, sin duda a causa de los golpes contra las rocas afiladas, que sobresalían en las paredes y que a Würlaf le habían provocado profundos cortes, a cada mínimo e inevitable roce en medio de la eterna noche.
Unos pies repletos de callosidades golpeaban el suelo con fuerza, muchos de ellos sin apenas dedos. Al parecer los habían perdido; Würlaf imaginó que o bien por las heridas al andar por esos suelos -a Würlaf le estaba destrozando las gruesas botas de piel y cuero- o por las alimañas que poblarían sin duda los túneles, escondidas por los recovecos como si de ratas se tratase.
Sus torsos eran cortos y encorvados, sin duda a causa de los túneles en los que vivían, pero robustos y de apariencia muy fuerte, acostumbrados por lo visto al trabajo duro.
Los gruesos brazos de los seres cargaban pesados fardos alargados, que parecían… no, no podía ser.
Brazos y piernas sobresalían de los fardos y golpeaban la pálida y viscosa piel de los seres.
Uno de ellos, sin duda el líder de la siniestra comitiva, aporreaba con saña a los deformes seres, con un grueso y corto palo que parecía estar hecho de cuero retorcido, para apresurar su pesada marcha.
Würlaf se vio sometido por violentos temblores al ver como sujetaban a los miembros de la miserable caravana de lo que sin duda eran esclavos. 
Unas pesadas argollas atravesaban la carne de las cabezas de los miserables seres en su parte posterior, al estilo de los que se usaban para poner en las narinas de los bueyes y bestias de carga… sin duda un tirón de esas argollas debía ser una verdadera tortura para ellos. 
Pobres bestias ¿cómo vivían con semejantes heridas? no podían ser humanos…
Würlaf se acurrucó en su recodo, deseando que pasase la comitiva y, cuando esta al fin se alejó por el ancho túnel en el que desembocaba su agujero, salió y siguió ese túnel en dirección opuesta a la seguida por la siniestra caravana, hasta llegar a la desembocadura del corredor.
Entonces vio el origen del cada vez más intenso resplandor verde.
**********
TRES
Símbolos desconocidos, profundamente tallados en la roca viva jalonaban el arco, toscamente tallado que ornaba el agujero del que venía el resplandor.
El lenguaje de Los Dioses, le había dicho la vieja bruja. También le había tratado de enseñar cómo leer en ellos, pero no se detuvo a intentar saber que símbolo era cada palabra, solo estaba interesado en lo que había después.
Salió a lo que parecía ser un amplio espacio, pero una barrera de lo que parecía agua verde se levantaba ante él, mas… ¿Qué eran esas figuras neblinosas que parecían flotar dentro de ella?
Voces susurrantes le llamaban por su nombre…. Por el mismísimo Odín, Padre de Todos ¿Qué era eso?
La pared de agua ondulaba lentamente, acercándose y alejándose de las paredes de la cueva, haciendo que el espacio fuera de varias brazas o que casi tocara las paredes.
El perrazo gruñía bajo y profundo, pero se mantenía bien alejado del agua, como si supiera exactamente que era aquella cosa.
Würlaf no podía dejar de temblar por lo que decidió continuar. Sabía que debía pasar la luz verde, eso le dijo la bruja. Pero su desconfianza natural le hizo coger un trozo de roca que había en el suelo y lo arrojo con fuerza contra la pared acuosa... para verlo deshacerse en polvo que se disolvió en el líquido elemento, sin emitir sonido alguno, ni tan siquiera cuando impactó con el elemento verde..
Su mano se aferró a la empuñadura de la enorme hacha, que portaba colgada de sus hombros.
Esa arma había segado la vida de muchos enemigos, por lo que cuando sentía el suave tacto del cuero curtido, que forraba su astil de madera, se sentía más seguro... la menos, hasta ahora había sido así. Esta vez, al tocar el hacha, sintió como si las almas de los muertos por su filo le rodeasen, llamándole, atormentando su corazón….
-He de seguir,- murmuro con voz ronca –vamos maldito cobarde, ponte en marcha, son solo ilusiones, no pueden dañarme.
Pero sus piernas no reaccionaron.
Necesito de un supremo esfuerzo. Toda su férrea voluntad, forjada a base de sangre en las incontables batallas fue puesta a prueba, los músculos le dolían de la tensión de querer avanzar. Parecía que cargase en su espalda un inconmensurable peso.
Paso a paso, empezó a avanzar lentamente, siguiendo la acuosa pared verde por su derecha, siempre hacia la derecha.
Su corazón latía a tal velocidad que el pecho le dolía horriblemente a cada paso que daba, tal era el esfuerzo al que sometía su cuerpo al avanzar.
El perro avanzaba delante de él, al parecer sufriendo el mismo esfuerzo que Würlaf, pues gemidos de dolor emergían de su enorme cuerpo a cada paso que daba.
-Animo amigo – le susurro con apenas un hilo de voz –cada vez queda menos
**********
CUATRO
Un par de años antes, ese perrazo se había enfrentado a una auténtica Valkiria para que no se llevase su alma al Valhalla y le había odiado por ello, por privarle del eterno descanso en el Paraíso de los Guerreros Vikingos.
Pero tras salvar su vida incontables veces en batallas posteriores, empezó a ver al animal como su más fiel compañero; estaba con él por designio de Odín, sin duda.
Algo le estaba reservado, eso era seguro, aunque nunca pudo discernir qué sería, hasta que la vieja bruja había aparecido en la aldea
Se había presentado ante el Consejo que el mismo Wülfric, como jefe de la aldea, presidía, desde su sitial en la cabecera de la enorme mesa, con el gigantesco hogar en el que rugía una gran hoguera a su espalda, dejando gran parte de sus facciones en la sombra.
La vieja se quedó parada ante Würlaf, su arrugada cara de sapo emergió del astroso manto de pieles que siempre llevaba y dijo:
- Würlaf, hijo de Wülfric, tu destino te llama. –golpeó el suelo con el extremo de su bastón de Madera Sagrada, que emitió un profundo sonido que se sentía en los huesos y continuó– Elige bien a tu más fiel acompañante pues tu vida está en su voluntad de ayudarte, el aciago destino que te aguarda te llevará más allá de la Pared de los Condenados y evitar la aniquilación de tu pueblo pues la Montaña de Fuego dejará caer su contenido infernal sobre ellos si no logras aplacar la ira de Hela, la Diosa de los Muertos.
Würlaf se estremeció, Nadie había regresado del interior de la Montaña de los Dioses, ni siquiera su propio padre, el más grande de los guerreros Vikingos, sólo superado por Erik El Rojo. Cerró los ojos con fuerza, para desterrar de su mente la imagen de su padre, en la que, siendo Würlaf apenas un adolescente, se encaminaba a la montaña, en busca del destino que los dioses le reservaban y esa imagen había quedado grabada a fuego en su mente.
Unthar, su esposa se adelantó y hablo a la bruja con voz firme.
-¿Por qué ha de ser Würlaf el que vaya? ¡Responde o serás quemada viva, vieja bruja!
-No hace falta recurrir a amenazas, bella Unthar, hija de Olaf –una sonrisa desdentada y horrible cruzó la cara arrugada de la bruja –tu marido desafió a los Dioses no aceptando su destino en el Valhalla, rechazó a la Valkiria que le reclamó su alma y por ello los Dioses le han escogido para El Tormento.
Los ojos de su mujer se abrieron horrorizados y todo el Consejo se quedó mudo, estremeciéndose como Würlaf nunca había visto hacer a esos valerosos hombres a los que había visto encarar a la misma muerte con sonrisas despectivas en sus curtidos y barbados rostros.
-Pero…El Tormento… -Unthar se dejó caer en su asiento con la tez pálida como la nieve del exterior –aunque sobreviva... su alma…
-Será pasto de Fenrir, el Lobo Gigante que la despedazará por la eternidad... o eso cuentan las leyendas. Nadie sabe en que consiste El Tormento mi Señora Unthar, pero siendo a manos de Hela, sólo puedo imaginar el horror que conllevará.
-Pero yo no rechacé a la Valkiria, ella se retiró por no enfrentarse a este perro –dijo Würlaf señalando al enorme animal que estaba echado junto a la enorme hoguera y que, al saberse mentado, levantó la gran cabeza y miró con ojos brillantes a la bruja.
-Y él es tu más fiel amigo por lo que veo –dijo la bruja –él ha de acompañarte, pues juntos ofendisteis a Odín, Padre de Todos al rechazar...
-¡Yo no rechacé nada! -rugió Würlaf, poniéndose de pie- ¡La Valkiria fue tan cobarde que no quiso enfrentarse a...!
Würlaf volvió a la realidad al cortarse la piel del brazo con las afiladas rocas de la pared.
-Unngg -un gemido sordo fue toda su reacción ante el finísimo y largo corte que tenía en el brazo y del que se escapó un hilo de sangre.
La Pared Verde estaba ahora más cerca, apenas si podrían avanzar de lado. Se alegró de llevar su hacha en la espalda, así podría avanzar con ella contra la pared rocosa sin dañarse.
Paso a paso, teniendo que comprimir su cuerpo para no tocar el Agua Verde, avanzó lentamente mientras el enorme perro casi se iba arrastrando penosamente sobre el estómago.
Pronto necesitaría respirar profundamente o la falta de aire le mataría.
**********
CINCO
Cada lenta ondulación de la Pared Verde le daba unos segundos para respirar profundamente. Pero era tan lenta en llegar, dejándole espacio y tan rápida en quitárselo al irse, que esas ondulaciones no bastaban para proveer de aire su fatigadísimo cuerpo.
Unos metros más adelante, entre las ondulaciones, vislumbró una zona más amplia donde podría sentarse y descansar, mas no podía apresurarse, pues era la Pared Verde y sus ondulaciones la que decidía el ritmo de su pasos y no él mismo.
Algo más adelante se desesperó al ver como la Pared Verde parecía fundirse lentamente con la roca viva, unos metros por delante suyo, cerrándole el paso completamente, moviéndose tan despacio, tan despacio....
Por el Cuerno Sagrado de Heimdall, ¿tendría que esperar horas a que se apartase esa inmensa mole ondulante?
Sus piernas apenas le sostenían mientras esperaba a que la lentísima ondulación permitiera el paso.
Las voces cada vez le llamaban con más y más insistencia. Eran tan atrayentes…
El casco de Würlaf le cubría toda la cara, dejando solo sus ojos a la vista pero parecía que el Agua Verde le rodease, como si no llevase el casco, llenando su mente con reflejos iridiscentes e imágenes de terror, mostrándole pesadillas que le hicieron llorar como si de un niño se tratase, pidiendo piedad, mientras trataba de no caer de rodillas en el suelo y sintiendo los violentos temblores que lo dominaban.
Cuando más flaqueaban sus fuerzas y empezaba a dejar que su mente se alejase con las voces, un ladrido que, en medio de la cerrada caverna, sonaba como la explosión de la Montaña Sagrada, le devolvió a la realidad y vio entre las lágrimas como la Pared Verde al fin se había apartado lo bastante para dejarle pasar, por lo que se lanzó sin pensarlo dos veces, pero su hacha se había encajado entre dos rocas, quedando su grueso astil completamente atascado.
Con un furioso gruñido Würlaf se desató la correa que le cruzaba el pecho y se lanzó hacia la abertura, dejando su mejor arma atrás, en manos de lo que hubiera dentro del Agua Verde.
Vio cómo la ondulación se cernía sobre el hacha y esta era disuelta en medio de un sordo siseo, como cuando el herrero metía el hierro candente en el agua helada, para endurecer el metal.
Würlaf se giró vacilante, examinando los alrededores, pero dado que estaban rodeados de paredes de roca, llena de aristas afiladas como cuchillas, se acomodó en el centro de aquel espacio circular, dejándose caer pesadamente en el suelo.
El enorme perro se tumbó cerca de Würlaf y le miró, con la gran cabeza descansando sobre sus patas delanteras.
Sin detenerse a comer algo de la escasa comida que le quedaba, se tumbó en el suelo y quedó sumido en un sueño profundo, pero jalonado de virulentas y desesperantes pesadillas en las que padecía el tormento de la carne, sintiendo como era arrancada de sus huesos, sintiendo el indecible dolor de ésta volviendo a crecer, soportando la abrumadora sensación de estar atrapado, la desesperante lucha por ser libre...
Con un desesperado grito despertó, quedándose tumbado en el suelo, con los brazos extendidos ante él e ignorando el tiempo que había dormido, mas la cabeza le pesaba como un montón de rocas y, por el dolor que sentía, parecía que le habían golpeado contra ellas largo rato.
Se incorporó pesadamente y miró alrededor, buscando a su enorme y peludo compañero de viaje sin verlo.
Por primera vez en mucho tiempo, Würlaf se sintió desesperado, desvalido y sólo, ante un enemigo que le pareció imbatible.
**********
SEIS
Se levantó lentamente del suelo.
Parecía como si su cuerpo pesara cada vez más.
Avanzó despacio hacia la parte opuesta de la caverna donde, al igual que en el paso que dejaba atrás, el Agua Verde se acercaba peligrosamente a la roca en sus lentas ondulaciones, apenas dejando espacio para pasar… pero tenía que pasar por allí.
De nuevo en camino, avanzando despacio, con la ominosa sensación de agobio por la estrechez del paso, sintiendo como las voces se metían dentro de su cabeza, entrando por cada poro de su piel, llegando a arrancar cada una de ellas pequeños pedazos de su propia alma.
Le atormentaban, provocando visiones cada vez más aterradoras de antiguas batallas, de cómo sus enemigos caían bajo su hacha, reviviendo cada mirada implorante que había ignorado, cada súplica de piedad clavándosele en las entrañas tan profundamente que, cuando una nueva surgía, el dolor de apartar la anterior era más doloroso aún que la propia visión. Como un hierro al rojo que era retirado, desgarrando la carne.
No sabía si ese trayecto duró horas, días, semanas o meses, pero parecía una eternidad.
Una eternidad de padecimiento, apenas aliviado por los minúsculos altos en el camino, aprovechando pequeñas aberturas en la pared, zonas donde el paso se ensanchaba hasta formar una sala excavada en la roca o un simple agujero en el que apenas cabía en posición fetal.
Su cuerpo dolorido se iba consumiendo.
Los antes poderosos músculos de Würlaf se veían reducidos cada vez más, pese al inmenso esfuerzo de avanzar, como si esas voces de almas en pena, esos condenados al padecimiento, se alimentaran de cada pequeño fragmento de la carne que formaba su cuerpo, que él sentía como si de verdad se lo arrancasen.
El yelmo, regalo de del gran Wülfric su padre, cuando alcanzó la edad de trece inviernos, había quedado atrás, encajado entre unas rocas que habrían atrapado su cabeza de no haberlo llevado.
Su espalda estaba cubierta de heridas, desolles y ampollas que le provocaban horribles dolores y padecimientos, pues se veía obligado a pegarla a la áspera pared, cubierta de cortantes aristas y rugosidades. La gruesa capa de pieles de osos, cazados en los numerosos viajes que jalonaban su itinerante vida de explorador, había quedado reducida a un simple jirón sujeto a la cuerda que cruzaba su antaño poderoso pecho y que había servido para atar la capa a su cuerpo.
Las botas ya no existían, pues su cuero había servido de magro e ingrato alimento en las breves paradas del camino.
Ya no era un hombre, era una más de aquellas almas en pena que poblaban el Agua Verde.
Un pequeño resquicio del guerrero que había sido le impedía dejarse llevar y abandonarse, dejarse caer contra la inmensa y asfixiante pared verde; sólo esa indomable voluntad le mantenía.
La voluntad, alimentada por los recuerdos.
Su amada esposa... no recordaba el nombre, sólo sabía que ella existía, al igual que los tres hijos que ambos habían traído al mundo, eran recuerdos que le acompañaban y le servían de ancla al mundo de los vivos.
Y su compañero, el fiel y gigantesco perro que parecía salido del infierno. Su más fiel compañero de aventuras le necesitaba, esa certeza le empujaba aún más.
Entonces lo vio.
Una ondulación le dejó vislumbrar un enorme arco con runas talladas
**********
SIETE
Avanzó lentamente, sintiendo que su cuerpo pesaba cada vez más, aunque cada vez era más y más esquelético.
La pared verde seguía ondulándose tan despacio que resultaba desesperante, mientras las voces seguían susurrando en su cabeza hasta hacerle enloquecer.
Sus ojos no dejaban de derramar gruesas lágrimas de desesperación ante las visiones que le hacían evocar y que le estaban llevando a un punto en el que no sabía qué era una visión y qué era la realidad.
Cuando al fin llegó a lo que parecía el final de la pared verde, cayó de rodillas, respirando exhausto, sin aliento apenas, boqueando por cada mínima porción de aire que hubiera en aquella cueva.
Despacio, apoyado en sus temblorosos brazos, levantó la cabeza y miró las runas que jalonaban el arco, tallado en la roca viva.
Muy despacio se incorporó y se aproximó con pasos vacilantes al arco, apoyando su mano en el lateral del hueco que formaba.
La oscuridad se vio rota por un leve resplandor rojizo y el cuerpo del enorme perro apareció ante él, revolviéndose, atrapado en mitad de la nada, como si una invisible mano le sujetase, mientras trozos de su piel y carne eran arrancados, haciendo que el pobre animal se desgañitase aullando de dolor.
Un gemido de pura angustia brotó de la garganta de Würlaf y su mano se alargó como queriendo alcanzarlo, pero se vio atrapado por algo que lo sujetaba en el aire, como a su peludo compañero, pero aún así siguió intentando alcanzarlo con desesperación, mientras gritaba.
-Amigo ¿Por qué seguiste adelante?
Una ominosa voz que todo lo llenaba respondió
-Porque él, con su animal instinto sabía lo que debía hacer, burdo mortal.
La voz sonaba extrañamente familiar.
Una nube de huno rojizo se formó ante él.
Formas que parecían almas desgarrándose se materializaban sin parar dentro de la nube, sometidas a castigos tan horribles que Würlaf lloraba de pánico, pensando que eso era lo que le esperaba y causándole un terror atávico, puro, inmenso y que todo lo ocupaba en su mente.
-Veo que viniste a través del Agua del Tormento como te dije, Würlaf –dijo la voz que todo lo llenaba –bien, bien, tu alma esta entonces preparada.
-¿Qué le has hecho a… -empezó Würlaf con una voz apenas audible.
-Solamente aquello que reservado le estaba desde que fue creado por mi, cuando despreciaste a la Valkiria.
Una figura tomó forma en medio del humo rojo
Una mujer sentada en un trono formado por figuras humanas que se retorcían, presas de tormentos y emitiendo unos desesperados gritos de dolor, sólo atenuados por la ominosidad de la opresiva oscuridad que había más allá del conjunto que formaban el trono y la mujer.
La mujer era una vieja de rostro tan repulsivo que era imposible confundirla: era la vieja hechicera que le indujo a realizar el viaje.
Un retazo de pensamiento coherente se abrió paso por entre las pesadillas que evocaba su mente.
-Entonces eres…
-Has adivinado, soy Hela, Señora de la Muerte.
-Pero no puedes tomar su vida, él no tiene alma
-Joven ignorante, todo ser vivo la tiene, da igual la especie o la raza a la que pertenezca ¿o eres acaso tan soberbio en tu burda humanidad de pensar que sólo los hombres poseen un alma? -una mueca de desdén y burla se formó en la repulsiva boca - Y, por supuesto, todas han de sufrir mi toque alguna vez… salvo tú
Würlaf sintió un escalofrío tan fuerte que paralizó su escuálido cuerpo.
-¿Q... qué quieres decir?
-Que desde ahora y para siempre morarás inmortal en la isla que aloja la entrada a Niflheim , mi reino. Sufrirás el tormento en tu alma, matando una y otra vez a tu compañero, causándole un indecible dolor. Un dolor que tú sentirás en tu alma con sus gruñidos y gañidos de sufrimiento, condenándole al tormento eterno en tus garras. Serás el instrumento de su suplicio y tu nombre será Nidhogg. Solo abandonarás ese sufrimiento cuando consigas liberarte de tu prisión, las raíces del sagrado Yggdrasil, el Árbol de La Vida. Tu destino esta sellado, joven Würlaf
Nunca se escuchó en Midgard, el Reino de los Hombres o el Niflheim , el Reino de los Muertos, un grito tan desgarrador y tan lleno de puro sufrimiento.
Cuenta la leyenda que Midgard, el Reino de Los Hombres, está sostenido por una de las ramas del Yggdrasil, el Árbol Sagrado y que la bestia Nidhogg, el dragón inmortal de Niflheim, está atrapado en la presa de sus raíces, que intenta roer y desgarrar para liberarse del tormento, mientras una bestia infernal es presa de sus garras..
Cuando lo logre, hará llegado el fin de los tiempos, será el Ragnarök.